domingo, 19 de julio de 2009

Editorial Capítulo 3

Escuchala acá

Oventic, Chiapas, México, marzo 2008

Metaforicamente se podría afirmar que es el medio de la nada, ya que Oventic se encuentra lejos del cemento, del ruido, del smog y de la miseria de las ciudades y de los pueblos que están a lo largo y a lo ancho de todo Chiapas, uno de los estados más pobres de México.
Esta comunidad zapatista, como otras cientas inmersas en la selva profunda-por la cual se llega atravesando caminos de montaña y bordeando precipicios- es la más cercana a San Cristóbal de las Casas, en el sur de aquel país.
Desde el primero de enero de 1994 - ya hace 15 años- los campesinos expropiaron la tierra que siempre les perteneció. Y han recuperado 250 mil hectáreas bajo el lema “la tierra es de quien la trabaja”.
Con estos ojos, pude ver como los zapatistas viven en comunidad y sobreviven a las dificultades de la interperie. Llegar hasta ahí, luego de una hora de viaje en auto, es impactante por la inmensidad del lugar: en el medio de calles de tierra, una tranquera dividía la ruta del territorio zapatista. Y junto a esa tranquera, un hombre encapuchado vigilaba la entrada.
Vi como sus mujeres tienen cooperativas de textiles y alimentos, como los hombres trabajan en el campo, como educan a sus niños y adolescentes en las escuelas, como y en que lugar hacen deportes durante la mañana, como atienden a los enfermos en la clínica. Y como los colores de sus murales- llenos de vida, de aires de libertad, con expresiones alegres, con retratos del Che, de Emiliano Zapata y otros grandes de la historia- contrastan con el verde de la selva.
No hay excluidos del sistema. Nadie se enriquece. No hay abuso de poder. Las mujeres zapatistas eliminaron el alcohol de las comunidades porque cuando los terratenientes hacían explotar la tierra a los indígenas, no les pagaban ni con comida ni con tierra ni con dinero, si no, con alcohol, lo que produjo a lo largo de décadas, asesinatos, violaciones y golpizas a las mujeres en las comunidades por parte de sus hombres.
No hay lujos ni excentricidades. A los turistas se nos prohíbe darle chocolate a los niños porque ellos no están acostumbrados a comer golosinas. Pero hay dignidad, sobretodo. Eso es lo que se respira al llegar a Oventic.
Los niños podrán desconocer el chocolate, pero también desconocen la desocupación, la desnutrición, el hambre, y la violencia dentro de la comunidad. Sin embargo, sobre la violencia saben porque los paramilitares no dejan de azotarlos, envenenándoles el agua, poniéndoles serpientes en las comunidades, amenazando a los niños. Los paramiltares- que de a poco van desforestando la selva y van haciéndose millonarios con ese negociado- amedrentan constantemente a los zapatistas. Estos, lejos de no estar organizados, resisten- como resisten a la selva- a las maniobras fascistas de un gobierno de ultra derecha y fraudulento que gobierna México.
Fue una experiencia impactante. Impacta ver a algunos hombres encapuchados, impacta ver como viven, como se bañan en los ríos y lagos, como la dignidad predomina en la tierra expropiada.
Un cartel de chapa deteriorado afirma, en la entrada a la comunidad, “Para todos todo, nada para nosotros”, que es el lema de su ideología. Y más abajo, para que quede bien claro y nadie se preste a confusiones: “Usted está en territorio zapatista donde el pueblo gobierna y el gobierno obedece”.
El pedagogo Paulo Freire afirmó que “es necesario no confundir desarrollo con modernización”, como confundió Sarmiento cuando mandó al olvido y al archivo de la literatura a los aborígenes y a los gauchos. En México, pasó algo similar. Porfirio Díaz- dictador y terrateniente que gobernó México por más de 30 años- los excluyó del sistema y hasta 1994 fueron sometidos a trabajar- como esclavos- la tierra que les perteneció siempre. Vicente Fox, otro presidente nefasto para la historia mexicana, dispuso que los aborígenes eran de interés público para el Estado y no de Derecho público, es decir, que el Estado respetaba lo folclórico de su cultura-la lengua, las costumbres, los tejidos- pero a la hora de reclamar sus tierras, no tenían ningún derecho. Pero, para ese entonces, ya habían pasado varios años del levantamiento zapatista.
Otro mundo y otro modelo son posibles. No necesitamos soñar con los ojos abiertos, no necesitamos las utopías porque acá están los ejemplos de un modo de vida digno. Sin hambre, sin delincuencia, con trabajo, con salud y educación.
Ultimo punto: para los defienden a muerte el capital económico y simbólico, a los admiradores de un modelo neoliberal injusto, a los que siguen pensando que con mano dura se termina la delincuencia y a los que estigmatizan a la pobreza y a la humildad estaría muy bueno, que se dieran una vuelta por estas comunidades y aprendiesen la lección. Pero, claro, los zapatistas están lejos de la playa y aún no han construido hoteles de lujo.

Pablo Adrián Quatrini

1 comentario:

  1. Compa,

    Los niños zapatistas si conocen los dulces (basta ver lo que cuenta el Sup en muchos de sus comunicados), lo que ocurre es que hombre/mujer blanco/a de visita y dándo regalitos a los niños... como que suena muy mal y recuerda escenas que ponen los pelos de punta.

    Por lo demás, de acuerdo contigo. El zapatismo es el corazón de la dignidad.

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